LLORERAS Y PUIGDEMONT PAREJA DEL MOMENTO.
El principal problema del ‘procés’ fue, como se dice en ocasiones de los equipos de fútbol, que el soberanismo pretendió ganar en los despachos lo que no era capaz de conquistar en el campo. Al constatar la imposibilidad de sumar en el terreno de juego de las elecciones una mayoría no ya holgada sino ni siquiera suficiente en favor del Estado propio, decidieron amañar en los despachos del Parlament y del Govern el resultado que no lograban conseguir en las urnas. Dicho con palabras de Manuel Azaña, los políticos soberanistas de 2017 asignaron al Parlament “la pretensión de reformar a un pueblo”, lo que para el presidente de la II República era algo más que una tesis jacobina: era “una tesis de tiranía”.
El bólido y la tartana
Ahora bien, que Cataluña haya pasado página del 'procés' no significa que lo haya hecho del independentismo. Lo ha recordado sin paños calientes Jordi Mercader en estas mismas páginas: “El Procés fue una estrategia fallida y el independentismo es una idea con cientos de miles de partidarios, ahora mismo, desanimados y desorientados. Sin embargo, no van a desaparecer por arte de magia. El 43% de votos obtenidos y los 61 diputados (a siete de la mayoría absoluta) se encargarán de mantener vivo el fuego secesionista, a la espera de la aparición de nuevos protagonistas y nuevas propuestas estratégicas”.
El 12-M ha sido el frenazo definitivo a un procés que en 2017 era un bólido pero en 2024 una tartana. Piloto y copiloto siete años atrás de aquella máquina, Carles Puigdemont y Oriol Junqueras tienen hoy en común que ambos están intentando hacerse trampas al solitario, que es la manera más común de ganar tiempo que tiene la gente cuando las cosas vienen mal dadas. Junqueras ha optado por esconder la cabeza bajo el ala para así eludir su responsabilidad en el desastre electoral de Esquerra del pasado 12 de mayo, mientras que Puigdemont ha decidido una huida hacia adelante para apartar de sí el amargo cáliz que la derrota del bloque independentista ha puesto ante sus labios.
Esquerra y Junts se niegan a afrontar abiertamente la penitencia reclamada por sus pecados, pero lo hacen de distinta manera. Mientras la formación republicana ha pasado la patata caliente a su militancia, los votantes exconvergentes observan con estupor no exento de una cierta fascinación los malabarismos de su líder para no quemarse las manos con la suya.
¡Cuidado con las bases!
El dictamen del cuartel general de Esquerra de dejar en manos de la militancia la decisión de optar por el pragmático Salvador Illa o por el soñador Carles Puigdemont honra a sus dirigentes en un sentido pero los desacredita gravemente en otro. Su decisión enaltece la democracia interna del partido pero desvirtúa la democracia general del sistema, pues ninguno de los 427.135 catalanes que votaron a ERC el 12-J podía saber o siquiera sospechar que el destino final de sus votos quedaría en manos de 9.000 afiliados.
Si la militancia opta por Puigdemont será imposible evitar una repetición electoral que podría ser letal para Esquerra: ¿tendrán Oriol Junqueras o Marta Rovira el coraje de decírselo así a los afiliados? Probablemente no, del mismo modo que los dirigentes socialistas de 2016 que rechazaban la abstención en la investidura de Rajoy no tuvieron el coraje de reconocer ante las bases que el triunfo de su no desembocaba en unas nuevas elecciones que habrían sido letales para el PSOE. Por cierto: si Ferraz hubiera trasladado a las bases la decisión de abstenerse o no en aquella investidura, probablemente hubiera ganado el ‘no es no’. Las bases de los partidos acostumbran ser muy suyas: del mismo modo que los líderes tienden a la responsabilidad en exceso, las bases suelen tender más bien a la irresponsabilidad.
LO DICHO ¿ESTOS SE HAN QUERIDO ALGUNA VEZ?
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