LA CARA DEL EMÉRITO Y SU HIJA |
Una imagen es suficiente, el emérito está tocado y pronto será hundido. Juan Carlos I ha derrochado el capital de confianza que le otorgó el pueblo español a la muerte de Franco. La cosa empezó muy pronto, concretamente el 23 de febrero de 1981.
Cuando apenas llevaba tres años de reinado
constitucional, decidió poner en marcha un “golpe palaciego” de la mano de los
jefes militares que le pidieron y consiguieron la dimisión del presidente
Suárez. Su discurso de renuncia a la presidencia del gobierno me parece
ejemplar y significativamente revelador: “No quiero que el sistema democrático
de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España”.
Sobran comentarios.
Creo que el plan se le fue de las manos,
como al aprendiz de brujo, y lo que iba a ser un clásico golpe militar para
formar una especie de gobierno de salvación nacional, encabezado por el general
Armada, fue desbaratado por la intervención inesperada del teniente coronel
Tejero, con una turba de guardias civiles desarrapados, en pantalones vaqueros,
que irrumpieron en el hemiciclo del Congreso de los Diputados disparando sus
metralletas indiscriminadamente. Aquello, una vez más en nuestra historia
reciente, terminó minando la salud de nuestra democracia como un virus más de
los muchos que ha acumulado su reinado. La respuesta, en este caso de todo el
sistema, fue excesivamente benigna y muchos de los intervinientes siguieron en
sus cargos y han alcanzado altos rangos militares, mientras que los militares
de la Unión Militar Democrática fueron, en su día, degradados y excluidos de
cualquier reconocimiento o reparación.
No sé si Juan Carlos de Borbón, algún día,
tendrá el valor de explicarnos por qué urdió esa trama palaciega propia
de épocas nefandas de nuestra historia. Esta vez no era necesario el caballo de
Pavía, bastaba con descabalgar a Suárez que era un obstáculo para sus planes.
Tenía preparada una alternativa política con un mando militar, por supuesto –y
que nada menos era el general Armada, jefe de su casa militar–, para instaurar
un gobierno en el que, con la cobertura formal de la Constitución, tendría un
incuestionable protagonismo. Vieja tradición de los Borbones, su abuelo Alfonfo XIII le dió el poder a Primo de Rivera para ocultar su resposabilidad en las multiples corrupciones en la guerra de Africa, Ademas de la matanza de soldados que fue una verdadera sangria.
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