sábado, 16 de noviembre de 2019

LA CIA EN LATINOAMERICA SERVICIO PERMANENTE

LA CIA  SIEMPRE EN PRIMERA FILA

La CIA siempre ha estado en servicio permanente en America Latina. Con su larga y poderosa mano han mantenido a dictadores como Leonidas Trujillo... Han tratado de envenenar a Fidel Castro. Dieron el golpe de Estado de Chile y pusieron al criminal de Pinochet, previo asesinato de Salvador Allende. Falsificaron todo lo infalsificable para encarcelar a Lula da Silva en Brasil. Hace unos días han dado un nuevo golpe de Estado en Bolivia y han expulsado a Evo Morales, no paran, están de servicio permanente.

Lo de Bolivia no nos sorprende, es una más en sus fechorías por el mundo. La masacre de Siria tiene detrás a los mercenarios de los EEUU que se encargan de desestabilizar cualquier Gobierno. Le venden todas las armas a los satrapas de Arabia Saudí para que masacren a los de Yemen. Asesinan bodas en Afganistán y cuando la evidencia les señala miran para otro lado. Son una panda de hijos de puta asesinos.

Por si no fueran suficiente con sus principios, a los USA ha llegado Trump, un descerebrado que no respeta ni su propia Constitución, todo se puede esperan de semejante país que lo ha votado. Por cierto a la imputada Esperanza Aguirre, Trump no la da miedo.

Y la UE como siempre haciendo el don Tancredo. Estos impresentables de la UE se llevan unos sueldo de mareo y dan vergüenza ajena.

En el año 1973 con el golpe de Estado en Chile muchas voces dijeron "esto es para que le digan a Fidel que se democratice". Pues eso. La CIA en servicio permanente.

NOTA: Ocho años antes de que un comando militar asesinara al rector de la Universidad Central de San Salvador, el padre Ignacio Ellacuría, junto a otros seis jesuitas españoles, una cocinera y su hija en la madrugada del 16 de noviembre de 1989, un telegrama secreto del embajador de EEUU, Dean Hinton, advertía a Washington que el asesinato del arzobispo Óscar Romero lo había decidido nada menos que uno de sus cachorros del Pentágono, el jefe de las Fuerzas Armadas de El Salvador, Roberto D’Abuisson. Mientras oficiaba misa, un disparo reventó el corazón de Romero que cayó fulminado en el mismo altar de la iglesia, el 19 de marzo de 1980, tan solo un día después de una homilía en la que pidió al gobierno y a sus soldados que detuvieran las terribles matanzas de la represión. El arzobispo de la capital que sirvió de guía a los jesuitas.
Los muy católicos militares en el poder tras ser financiados, entrenados y amparados por EEUU, que encubrió sus crímenes, mataron a Romero y a los jesuitas por subversivos. Por comunistas. Al menos esa era su versión. En El Vaticano, el recién ordenado papa Juan Pablo II condenaba firmemente el marxismo, en sintonía con Washington y recelaba de los teólogos de la liberación, la corriente de la iglesia latinoamericana surgida del Concilio Vaticano II que defendían Romero y su sucesor, el jesuita Ellacuría.


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