ÓSCAR ALZAGA ESTUVO EN PRIMERA LINEA DE LA COCINA DE LA TRANSICIÓN
Óscar Alzaga: “No es cierto que el rey Juan Carlos trajese la democracia”
Los ‘Alzaga Papers’: las memorias que revelan aspectos desconocidos de la Transición
“Todos esos archivos los ordenó quemar su amigo el pirómano”, le comentó la directora del Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca a Óscar Alzaga. No es para nada inocuo empezar su rememoración sobre las raíces y el desarrollo de la Transición reflexionando sobre las implicaciones de aquella decisión adoptada a finales de 1977 por el ministro del Interior, Rodolfo Martín Villa: la destrucción de las fichas de los integrantes de la oposición contra la dictadura conservadas en archivos que dependían de las Direcciones Generales de la Guardia Civil y Seguridad. No solo desaparecieron esos papeles. Alzaga enumera otros borrados: de los servicios de información o de la organización del Movimiento, de los gobiernos civiles o de los expedientes tramitados en el Tribunal de Orden Público… Ese vacío, sostiene el autor de este ensayo autobiográfico, habría impedido fundamentar una cultura cívica de calidad para conocer nuestro pasado y evitar la repetición de graves excesos. Y no solo eso. Al final del libro, Alzaga parece decirnos, implícitamente, que el mito de la Transición —el que transformó a élites de la dictadura en protorreformistas de centro— fue posible gracias a esa desaparición premeditada.
Para contrarrestar esa fundacional operación de Estado y, en paralelo, para contar las cosas como fueron según su experiencia y tras años de rescate de documentos, Alzaga ha escrito La conquista de la transición. De alguna manera podría leerse como la segunda parte de La oposición democrática al franquismo, de Javier Tusell. En esa obra pionera premiada en 1977, el historiador Tusell concluía su relato, que excluía a la oposición comunista, tras valorar las consecuencias del Contubernio de Múnich. Alzaga ejemplifica el relevo natural de aquel microcosmos de posguerra. Brillante estudiante de la Facultad de Derecho desde 1959 y perteneciente al asociacionismo católico, sería elegido delegado de curso al tiempo que iniciaba actividad antifranquista. Tuvo un papel notable en el desgaste las estructuras académicas del régimen cuando empezaba una militancia europeísta que lo llevó a dialogar con patriarcas —como Manuel Giménez Fernández o Dionisio Ridruejo— o a participar de reuniones secretas donde se pensaba el tránsito del Estado autoritario a otro homologable con el de los países del Mercado Común. Y así se integró en redes internacionales comprometidas con la democratización española, firmó toda clase de papeles e, inevitablemente, fue desterrado o fichado por la Policía y su trayectoria quedó afectada por su compromiso político.
Algunos de los hitos eran conocidos, muchos no, otros estaban mal contados. Y la principal virtud del estudio, tan útil, tan farragoso, es construir el relato sobre una loable oposición moderada. Pero al llegar el momento clave, como detalla, su legado lo fagocitó el partido del Estado —la UCD, la que ayudó a financiar el rey Juan Carlos— a través del cual las élites azules diseñaron los mecanismos institucionales que les permitieron seguir en el poder porque nunca perdieron “el control de un proceso no deseado” (para decirlo con Ferran Gallego del definitivo El mito de la Transición). Su relato se disolvió porque era como un espejo que dejaba en evidencia el acelerado blanqueamiento biográfico de quienes pilotaban el cambio. Pero también por el asunto nuclear del libro: la incapacidad del bloque democratacristiano para construir el partido que representaba a una parte considerable de la ciudadanía española, como mostraban encuestas también desaparecidas. A la hora de explicar por qué fracasaron, cobra gran trascendencia su reunión de despedida con Giménez Fernández. Le dijo que sería un error, al faltar él, elegir al titubeante Joaquín Ruiz-Giménez como líder. Y para reconocer las consecuencias de ese pecado original parece haber escrito esta documentada memoria.
Para hacernos una idea de dónde venimos y dónde estamos basta saber que todavia esta vigente la Ley de Secretos Oficiales de 1968.
LA LEY DE SECRETOS OFICIALES DE FRANCO IMPIDE CONOCER QUE PASÓ REALMENTE EL 23-F. ENTRE OTROS MUCHOS Y VERGONZOSOS HECHOS
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