domingo, 30 de enero de 2022

NO ES CIERTO QUE EL REY JUAN CARLOS TRAJESE LA DEMOCRACIA

 

ÓSCAR ALZAGA ESTUVO EN PRIMERA LINEA DE LA COCINA DE LA TRANSICIÓN


Óscar Alzaga: “No es cierto que el rey Juan Carlos trajese la democracia”


La legislatura constituyente (1977-1979) fue miembro de la Comisión Constitucional del Congreso de los Diputados como miembro de Unión de Centro Democrático (UCD), partido del que fue cofundador. En 1979 fue elegido diputado por Madrid (UCD) en el Congreso. El presidente Adolfo Suárez le ofreció entonces ser Ministro de Educación y en 1980 ser Ministro de Administración Territorial, lo que declinó para ser el portavoz de UCD en la Comisión de Asuntos Constitucionales y poco después, simultanearlo con la Presidencia de la Comisión de Justicia e Interior.

Si alguien sabe lo que se cocinó desde el nombramiento como presidente del Gobierno de Adolfo Suarez, es Oscar Alzaga.

Cuando dice "no es cierto que el rey Juan Carlos trajese la democracia"  sabe lo que dice y está en lo cierto. La democracia estaba llamando a gritos en la calle; la lucha obrera, la lucha estudiantil, Europa y los EE.UU. El regimen del 18 de julio que tanto gustaba a Juan Carlos, no tenía sitio en Europa y los EE.UU. no lo iban a consentir.

Recordemos la visita de Juan Carlos al Congreso de EE.UU. en la que prometió reponer la democracia en España. Era imposible seguir con el regimen anterior. Y eso le dijeron a Juan Carlos, desde Kissinger hasta los conserjes de la Zarzuela.

Hemos estado demasiados años dando lenguetazos de baba a Juan Carlos. No dijeron que nos había salvado del 23-F. Pero se han callado que fue Juan carlos el inductor del golpe. Empezando por obligar a Suarez a dimitir. "No quiero que la democracia sea un parentesis en la historia de España" dijo Suarez en su dimisión.

Ahora Oscar Alzaga levanta la voz y nos dice que "no es cierto que el rey Juan Carlos trajese la democracia". Pues claro que no. Pero lo podias haber dicho hace años y no haber esperado a que el rey sea el hijo. Las cosas tiene sus tiempos.

Los ‘Alzaga Papers’: las memorias que revelan aspectos desconocidos de la Transición

“Todos esos archivos los ordenó quemar su amigo el pirómano”, le comentó la directora del Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca a Óscar Alzaga. No es para nada inocuo empezar su rememoración sobre las raíces y el desarrollo de la Transición reflexionando sobre las implicaciones de aquella decisión adoptada a finales de 1977 por el ministro del Interior, Rodolfo Martín Villa: la destrucción de las fichas de los integrantes de la oposición contra la dictadura conservadas en archivos que dependían de las Direcciones Generales de la Guardia Civil y Seguridad. No solo desaparecieron esos papeles. Alzaga enumera otros borrados: de los servicios de información o de la organización del Movimiento, de los gobiernos civiles o de los expedientes tramitados en el Tribunal de Orden Público… Ese vacío, sostiene el autor de este ensayo autobiográfico, habría impedido fundamentar una cultura cívica de calidad para conocer nuestro pasado y evitar la repetición de graves excesos. Y no solo eso. Al final del libro, Alzaga parece decirnos, implícitamente, que el mito de la Transición —el que transformó a élites de la dictadura en protorreformistas de centro­— fue posible gracias a esa desaparición premeditada.

Para contrarrestar esa fundacional operación de Estado y, en paralelo, para contar las cosas como fueron según su experiencia y tras años de rescate de documentos, Alzaga ha escrito La conquista de la transición. De alguna manera podría leerse como la segunda parte de La oposición democrática al franquismo, de Javier Tusell. En esa obra pionera premiada en 1977, el historiador Tusell concluía su relato, que excluía a la oposición comunista, tras valorar las consecuencias del Contubernio de Múnich. Alzaga ejemplifica el relevo natural de aquel microcosmos de posguerra. Brillante estudiante de la Facultad de Derecho desde 1959 y perteneciente al asociacionismo católico, sería elegido delegado de curso al tiempo que iniciaba actividad antifranquista. Tuvo un papel notable en el desgaste las estructuras académicas del régimen cuando empezaba una militancia europeísta que lo llevó a dialogar con patriarcas —como Manuel Giménez Fernández o Dionisio Ridruejo— o a participar de reuniones secretas donde se pensaba el tránsito del Estado autoritario a otro homologable con el de los países del Mercado Común. Y así se integró en redes internacionales comprometidas con la democratización española, firmó toda clase de papeles e, inevitablemente, fue desterrado o fichado por la Policía y su trayectoria quedó afectada por su compromiso político.

Algunos de los hitos eran conocidos, muchos no, otros estaban mal contados. Y la principal virtud del estudio, tan útil, tan farragoso, es construir el relato sobre una loable oposición moderada. Pero al llegar el momento clave, como detalla, su legado lo fagocitó el partido del Estado —la UCD, la que ayudó a financiar el rey Juan Carlos— a través del cual las élites azules diseñaron los mecanismos institucionales que les permitieron seguir en el poder porque nunca perdieron “el control de un proceso no deseado” (para decirlo con Ferran Gallego del definitivo El mito de la Transición). Su relato se disolvió porque era como un espejo que dejaba en evidencia el acelerado blanqueamiento biográfico de quienes pilotaban el cambio. Pero también por el asunto nuclear del libro: la incapacidad del bloque democratacristiano para construir el partido que representaba a una parte considerable de la ciudadanía española, como mostraban encuestas también desaparecidas. A la hora de explicar por qué fracasaron, cobra gran trascendencia su reunión de despedida con Giménez Fernández. Le dijo que sería un error, al faltar él, elegir al titubeante Joaquín Ruiz-Giménez como líder. Y para reconocer las consecuencias de ese pecado original parece haber escrito esta documentada memoria.


Para hacernos una idea de dónde venimos y dónde estamos basta saber que todavia esta vigente la Ley de Secretos Oficiales de 1968.


LA LEY DE SECRETOS OFICIALES DE FRANCO IMPIDE CONOCER QUE PASÓ REALMENTE EL 23-F. ENTRE OTROS MUCHOS Y VERGONZOSOS HECHOS


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