JOSE COUSO MURIÓ ASESINADO EN IRAK. AZNAR NO MOVIÓ UN DEDO |
Para los que todavía niegan que España participó en la guerra de Irak, porque así lo dispuso Jose María Aznar ,sirva este recuerdo.
La Batalla de Nayaf(Irak), librada el 4 de abril de 2004. Hace ya 15 años.
El teniente general Fulgencio Coll Bucher, era entonces general de brigada y figuraba al mando de la Brigada Multinacional Plus Ultra II (BMPUII), responsable de la seguridad en la zona centro-sur del país, con acantonamiento en Diwaniya(provincia de Al-Qadisiyah), en la Base España. Y en Nayaf (provincia de An-Nayaf), el general de división Alberto Asarta Cuevas, coronel por aquellas fechas, respondía ante Coll y era el jefe de la Base Al-Andalus, ubicada en Nayaf.
En el recinto también estaban acuartelados, junto a otros uniformados de unidades menos representativas, el Batallón Cuscatlán II salvadoreño, un grupo estadounidense de comunicaciones, los civiles (fuertemente armados, no obstante) de la Autoridad Provisional de la Coalición (CPA por sus siglas en inglés) y mercenarios de la compañía privada Blackwater.
Nayaf no era un enclave cualquiera, sino la ciudad santa chií, polo de peregrinaciones multitudinarias y tierra sagrada de enterramiento. Tumba de Alí Ibn Abi Talib, primo de Mahoma, casado con Fátima, una de las hijas del Profeta y origen de la rama chií del Islam. Un volcán religioso. Un polvorín. Un avispero. El ambiente en la base era tenso desde que, en febrero, el Mando de la Coalición, que ostentaba Paul Bremer desde la Zona Verde de Bagdad, había, entre otras medidas, ordenado a la BMPUII la neutralización del joven y extremista clérigo Muqtada Al-Sadr y su brazo armado, el Ejército del Mahri, una fanática milicia de aluvión. Coll, como en otras iniciativas estadounidenses, puso reparos de orden militar y diplomático.
Los americanos, partidarios de los métodos expeditivos, no entendían la propensión de los españoles a negociar antes que a disparar. Ni su consideración hacia las costumbres e instituciones locales para evitar males mayores. Los acusaban de cobardía. Pero nuestras Reglas de Enfrentamiento eran muy restrictivas. Por ende, más tarde, tras los atentados del 11 de marzo que condujeron al triunfo electoral del PSOE, el Ejército se encontraba frente a un vacío de poder. Aznar se iba y Zapatero había llevado en su programa la retirada de las tropas españolas.
El 31 de marzo, el asesinato de cuatro contratistas condujo a los SEAL a la captura violenta de Mustafa Al-Yaqubi, lugarteniente de Al-Sadr. Se rumoreó que los americanos llevaban distintivos españoles para que los chiíes responsabilizaran a los nuestros de la acción, atacaran en represalia la base y los obligaran a combatir.
Sea como fuere, Al-Andalus recibió el 4 de abril todo el fuego, AK-47, morteros de 60 mm y RPGs (lanzagranadas), que el ejército del Mahri era capaz de vomitar. Los españoles respondieron con sus fusiles de asalto HK G36 y sus ametralladoras ligeras MG-42 de 7.62 mm. Sus blindados VEC (Vehículo de Exploración de Caballería) y BMR (Blindado Medio sobre Ruedas), dotados, respectivamente, con un cañón de 25 mm. y una ametralladora de 12,70 mm., mantuvieron fuera del perímetro a los atacantes. Ninguno de ellos llegó a pisar el interior de la instalación. Y, en una impecable descubierta, los BMR, apoyados por dos helicópteros Apache, rescataron a 30 salvadoreños, 14 hondureños y 38 iraquíes que regresaban de un entrenamiento conjunto y, rodeados, se habían refugiado en una comisaría y en la cárcel local. La batalla, cuya mayor intensidad se registró entre las 11.00 y las 16.15 horas, se saldó, pese a su dureza, con sólo tres bajas mortales (un capitán estadounidense abatido en la base, un soldado salvadoreño y otro iraquí). Se estima que los atacantes sufrieron unas 250 bajas entre muertos y heridos. Asarta, condecorado junto a varios de sus subordinados, impidió que dos F-16 redujeran a escombros el hospital aledaño a la base desde cuyas plantas superiores se disparaba a los defensores de Al-Andalus. Su destrucción hubiera significado el fin de la asistencia sanitaria en la zona.
Lo que pudo ser un episodio ignominioso para el Ejército español terminó como un motivo de orgullo. Bremer nunca lo reconoció, y en sus memorias siguió vertiendo injurias. No así el teniente general Ricardo Sánchez, máxima autoridad militar estadounidense, ni el general polaco Mieczyslaw Bieniek, jefe de la División Multinacional en la que estaban integradas las tropas españolas. Ni mucho menos los mandos de los contingentes centroamericanos. La batalla conoció algunos estertores de menor importancia durante los siguientes días. El 18, Zapatero anunciaba el repliegue. Y fin.
Si esto no es estar en una guerra...
No hay comentarios:
Publicar un comentario