domingo, 24 de junio de 2018

AHORA RESULTA QUE YA NO HAY INFIERNO

EL INFIERNO ESTÁ EN LA TIERRA. LOS MIGRANTES LO CONOCEN BIEN


Oiga, que lo del infierno era un vacile. Pues ha aterrorizado a millones de conciencias.

Desde el Concilio Vaticano II vivimos en un sin vivir. Lo que nos decía la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica y Romana sobre el cielo, el infierno y el purgatorio es puro vacile. Ya me quedo más tranquilo.

Desde Pío IX, el papa que proclamó el 18 de julio de 1870 el dogma de la infalibilidad y condenó más tarde, con furia de sicópata, todas las ideas que se estaban abriendo camino a finales del siglo XIX, entre otras, el liberalismo, el naturalismo, el socialismo y la autonomía de la sociedad civil. La Iglesia ha tenido su conflicto.

Numerosos pensadores cristianos, entre ellos los españoles Juan José Tamayo y José María Castillo, esgrimieron entonces la larga relación de autores que proclamaron en los años sesenta, tras el Concilio Vaticano II, lo que predicaba en 1999 Juan Pablo II. Entre los más influyentes destacaban Hans Küng y Hans-Urs von Balthasar. Esto escribió Küng en 1975, en su libro Ser cristiano: “No se puede hoy, como en los tiempos bíblicos, entender el firmamento azul como la parte exterior del salón del trono de Dios, sino como imagen del dominio invisible de Dios. El Cielo de la fe no es el cielo de los astronautas. No es un lugar, sino una forma de ser. Tampoco debe entenderse el Infierno como un lugar del mundo infraterrestre, sino como una exclusión de la comunión con Dios".

Cuando el Papa Juan Pablo II pidió perdón por la Inquisición, el teólogo Hans Küng le pidió al Papa que pidiera perdón por "haber aterrorizado las conciencias". Nada hay más terrorífico que el miedo a una "eternidad en los infiernos".

Lo cierto es que el castigo eterno más terrible que se pueda imaginar ha sido la línea argumental de los 1.500 catecismos que se han enseñado a los niños en todos los idiomas, durante siglos, en los que la amenaza del Infierno y el premio del Cielo eran piezas fundamentales para promover la fe cristiana. En la España nacionalcatólica, el más famoso fue el del jesuita Gaspar Astete (1537-1601). “El Infierno de los condenados es el lugar adonde van los que mueren en pecado mortal, para ser en él eternamente atormentados; el Purgatorio es el lugar adonde van las almas de los que mueren en gracia, sin haber enteramente satisfecho por sus pecados para ser allí purificadas con terribles tormentos, y el Limbo de los niños es el lugar adonde van las Almas de los que antes del uso de la razón mueren sin el Bautismo”, describe.

Yo me preparé para la primera comunión con el catecismo del padre Ripalda, de principios del XVII. recuerdo que todo era pecado. Y, como te decían "si tu padre no lo ve, Dios si que lo ve".


La supresión del Infierno también afecta a obsesiones eclesiales clásicas e, incluso, a dogmas. Pero los eclesiásticos se han ido acostumbrando. Solo dos ejemplos. La cremación o incineración complica la idea de la Resurrección tal como la define el concilio de Letrán en 1215 (“Resucitarán con el propio cuerpo que ahora llevan”); y si el Cielo no es un lugar, qué hacer con la celebrada Asunción de María, la madre de Jesús, “llevada al Cielo en cuerpo y alma después de terminar sus días en la Tierra” (dogma de fe proclamado por Pío XII en 1950).
Pero la reprobación mayor se produce contra la escatología apocalíptica, tenebrosa y vengadora (infernal) que tantos frutos ha dado a la Iglesia romana. Sin Infierno, se acaba el abuso del miedo a una condenación eterna y se caen del púlpito los predicadores de catástrofes a los que se refirió Juan XXIII en su famoso discurso ante el Vaticano II. “La Esposa de Cristo [la Iglesia] prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad”, proclamó allí.
Además, está la cuestión del dinero, tan católico (como dice el dicho popular). Con motivo del quinto centenario de la publicación por Lutero de sus famosas 91 Tesis, se ha escrito mucho sobre la irritación del monje agustino contra Roma por la avaricia con que el Papa predicaba la necesidad de que sus fieles comprasen cuantas más indulgencias mejor si querían “salir cuanto antes del fuego del Purgatorio”. En realidad, la campaña recaudatoria no tenía otro fin que gastárselo en Roma en lujos, vicios y una interminable construcción de la Basílica de San Pedro, que debía ser siempre la mayor del orbe católico.
Yo veo que cada día se les desmonta más el chiringuito, basado en el miedo a lo desconocido. Y, claro si ya no hay ese miedo, para que se quedan toda la corte de curas que dicen y afirman "que ellos tienen la capacidad de salvarte del fuego eterno si resulta que ya no hay fuego eterno". Toda la teoría del catolicismo desde Trento se basa en la represión, en aterrorizar la conciencias. Vamos, una canallada.



No hay comentarios:

Publicar un comentario