Qué pudieron tener en común el papa Juan XXIII, Jean Paul Sartre, John Fitzgerald Kennedy y Nikita Jruschov? Los cuatro enviaron telegramas para pedir al régimen de Franco que no matase a Julián Grimau. Cientos de miles de personas más lo hicieron desde todo el mundo, pero en el Consejo de Ministros todos votaron en contra de conceder el indulto a Grimau.
Entre aquellos ministros se encontraba Manuel Fraga, que apoyó la ejecución y se encargó de orquestar la campaña propagandística que rodeó el caso. Era la primera vez que firmaba una pena de muerte. “Fraga diseñó una campaña de propaganda bestial para convencer a los españoles. De hecho, se entregaba un folleto explicativo sobre las acusaciones de Grimau a todas las personas que entraban y salían de España”.
Las acusaciones del régimen nunca fueron probadas. Su juicio, según las palabras de su abogado defensor Alejandro Rebollo, fue una “burla a la verdad” que “vulneró hasta las propias leyes ilegales del franquismo”. El fiscal militar no era abogado.
Julián Grimau ingresó en el Partido Comunista de España durante la Guerra Civil y posteriormente vivió exiliado en Latinoamérica y Francia. En el Congreso que el PCE celebró en 1954 en Praga pasó a fomar parte del Comité Central de la organización. En 1959 regresó a España y militó varios años en la clandestinidad hasta ser detenido en noviembre de 1962.
Fue torturado y arrojado por una ventana antes de ser juzgado. Tras un juicio de apenas 5 horas y plagado de irregularidades (incluso para la legislación de la época) Grimau fue condenado a muerte. Francisco Franco y Manuel Fraga no pusieron objeciones.
“Grimau fue asesinado porque era un alto dirigente del PCE y el régimen quería dar un golpe sobre la mesa". Eran tiempos revueltos. Acaban de producirse las huelgas mineras en Asturias y CCOO comenzaba a tener peso en las fábricas de Madrid. El asesinato de Grimau era un aviso a la oposición al régimen.
Algunos todavía dicen que los que se quedaron no hicieron nada por echar a Franco.
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