ALFONSO GUERRA SE VA A LA COPE A CONTAR MENTIRAS, COMO LO LLEVA HACIENDO TODA SU VIDA.
Esta semana Alfonso Guerra ha hablado en una entrevista en la COPE y Felipe González en otra en Onda Cero, y nos han dejado grandes ejemplos de su enfurruñamiento crepuscular. Como siempre, Guerra ha sido más incisivo, malvado y ocurrente que González. De todas las frases, esta de Guerra es mi favorita: “Esto que está pasando ahora, hoy, yo lo vivo como la derrota de mi generación.” Se está refiriendo, por supuesto, a las negociaciones y posibles pactos que se alcancen entre las izquierdas y los nacionalistas para formar Gobierno.
Me gustaría apuntar dos cosas. La primera es un puro comentario ad hominem: no son ellos precisamente los más indicados para actuar como guardianes de los principios democráticos y constitucionales. La segunda es más de fondo: su postura, por mucho que digan lo contrario, es radicalmente contraria al espíritu de la Transición.
No sé bien cómo deberíamos tomarnos la alarma y ansiedad que muestran Guerra y González ante una posible amnistía. Los escrúpulos democráticos que muestran son dignos de admiración, sin duda, pero no está de más recordar que, junto a los muchos e impresionantes logros realizados durante su prolongada gestión de gobierno, también se encuentran decisiones y actuaciones algo menos edificantes y que restan, por decirlo suavemente, algo de autoridad moral a su enfurruñamiento presente.
Así, a vuelapluma, sin entrar en muchas profundidades, se me ocurren los siguientes episodios –que enumero sin orden alguno–. El primero, la flagrante violación de la Constitución acordada por los grandes partidos tras el fallido referéndum andaluz de 1980, saltándose a la torera, mediante ley orgánica de aplicación retroactiva, los requisitos que la Constitución establecía para que un territorio pudiera acceder a la autonomía por la vía rápida del artículo 151. El segundo, el coqueteo de los líderes del PSOE con la operación Armada, que contaba con el visto bueno del rey Juan Carlos: acabar con Suárez mediante la formación de un gobierno de concentración nacional presidido por el general Armada –aunque la operación quedó descabalada por la dimisión de Suárez, Armada todavía intentó reeditarla en la noche del 23-F, presentándole a Tejero la lista de ministros del gobierno que pretendía formar, en la que figuraban Felipe González, Javier Solana, Enrique Mújica y Gregorio Peces-Barba–. El tercero, la guerra sucia de los GAL, el terrorismo de Estado que llevó a la cárcel a un ministro de interior y un secretario de Estado de seguridad. El cuarto, el reguero de escándalos de corrupción que sacudió al país entre 1989 y 1996, y que supuso una fuerte degradación de la calidad de la entonces joven democracia española –el propio Guerra tuvo que dimitir por un caso de nepotismo–. El quinto, el control partidista –lo que algunas veces se llama “colonización”– de las instituciones. El sexto… En fin, en todas las casas cuecen habas.
Todo se hizo mal en la crisis catalana. El Estado jugó sucio, poniendo en marcha a la llamada “policía patriótica” y usando, una vez más, los fondos reservados para operaciones ilícitas. El Gobierno de Mariano Rajoy se negó durante años a reconducir el conflicto y rehusó cualquier tipo de negociación que pudiera evitar la escalada de los independentistas catalanes. Los independentistas catalanes desobedecieron gravemente los principios constitucionales y se lanzaron a una aventura insensata sin tener el apoyo popular para ello. El poder judicial decidió montar una causa general contra el independentismo, plagada de irregularidades y más próxima al lawfare que a la justicia. El país entero salió debilitado y desprestigiado de la crisis constitucional de 2017. No se pudo hacer peor.
ALGUNOS GANAN MUCHO CON LA BOQUITA CERRADA. SU TIEMPO YA HA PASADO Y COMO QUEDA DICHO ¡SABER RETIRARSE A TIEMPO QUE COÑO!
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