FEIJÓO: "CUAN PRESTO SE VA EL PLACER..."
Faltan solo diez días para el debate de investidura de Alberto Núñez Feijóo y el líder del PP ya da por descontado su fracaso y está en la siguiente pantalla: la de la oposición. Era obvio que esto iba a ocurrir, desde esa misma noche electoral del 23 de julio en la que salió al balcón de Génova a presentarse como vencedor. Su cara decía que no.
Desde esa noche, Feijóo ha intentado gestionar una derrota tan inesperada como dolorosa para el PP. Siempre con un ojo puesto en el frente más peligroso: la retaguardia. No se explican los extravagantes pasos que está dando Feijóo, como pollo sin cabeza, sin entender hasta qué punto es débil su posición interna, atrapado entre la estrategia que a él le gustaría y la que le marcan la prensa conservadora, Isabel Díaz Ayuso y José María Aznar.
En los últimos días, las idas y venidas de Feijóo han sido clamorosas, incluso para su incoherencia habitual. Hay un Feijóo que defiende un pacto de Estado para afrontar “el encaje territorial” de Catalunya. Hay otro, esa misma tarde, que dice que no. Hay un Feijóo para el que Junts “no es su rival político”. Hay otro que llama “golpistas” a los de Puigdemont. Hay también un Feijóo que un día elogia al PNV, y al otro no. Un Feijóo que quiere derogar el sanchismo, otro que pide los votos de Pedro Sánchez para gobernar, aunque sean dos añitos.
Con tanto Feijóo sobre el escenario, ¿a alguien le sorprende que el líder del PP cobre tres sueldos? Pocos me parecen, para todos los papeles que interpreta.
Había también un Feijóo, hace solo una semana, al que le preguntaron en una entrevista en La Razón si ese “clamor” contra la negociación del PSOE y Sumar con Junts debía “canalizarse en la calle”. “Prefiero el diálogo y las discusiones en los Parlamentos antes que en la calle”, zanjó ese Feijóo.
Ya sabemos, lo que pasó después; cuánto duró esa apuesta por “el diálogo” y “los parlamentos” de Feijóo. El martes, habló José María Aznar, equiparando a la mayoría absoluta del actual Parlamento con el terrorismo y pidiendo una “gran movilización nacional”. Y al día siguiente apareció otro Feijóo, que ha convocado una manifestación –o un “acto abierto”, aún no se sabe– contra esa hipotética amnistía que todavía está por concretar.
No es la primera vez que el PP convoca manifestaciones preventivas, contra sucesos que aún no han ocurrido o que tal vez no sucedan (mi ejemplo preferido es la que organizaron en Pamplona en 2007 contra Zapatero, por “entregar Navarra” a ETA). Pero el “acto” convocado para el próximo domingo tiene nuevos ingredientes. Va a ser la primera vez que un candidato a la presidencia, a dos días de su debate de investidura, se manifieste contra los hipotéticos pactos que en el futuro pudiera acordar el siguiente candidato. ¿Pero no habíamos quedado en que Junts era un partido “cuya tradición y legalidad no está en duda”? ¿Ahora ya no?
La actual dirección, cuentan distintas fuentes, está aterrorizada con que transciendan las negociaciones que mantuvo el PP con Junts. Unas conversaciones que atribuyen a Esteban González Pons, pero donde el vicesecretario general del PP no actuó a título individual. Más tarde o más temprano, los detalles se conocerán: qué ofreció la dirección de Feijóo al partido de Puigdemont, que hoy vuelve a ser un delincuente, golpista y traidor.
Hay algo peor que tener una mala estrategia. Tener dos. Aunque en realidad esta falta de coherencia en una línea –la que sea– de Alberto Núñez Feijóo no es algo de estos últimos meses. Lleva así casi desde que llegó, y cada día genera más estupor, también dentro del PP.
Feijóo tenía un plan cuando aterrizó en Madrid. Vestir el traje de estadista. Sacar a España de “debates estériles” y superar “el enfrentamiento y la polarización”. “Política para adultos”, la llamó, “sin carnés de patriotas”, “sin hipérboles”, “sin entretenimientos infantiles”. “Este es otro partido”, solemnizó en uno de sus primeros discursos tras el funeral de Pablo Casado.
“Todo el mundo tiene un plan hasta que se lleva el primer puñetazo en la cara”, decía Mike Tyson. La cita aplica bien para Feijóo.
Llegó la primera prueba de esa nueva determinación. Algo básico: cumplir con la Constitución y renovar el Consejo General del Poder Judicial que entonces llevaba cuatro años bloqueado por el PP. Pero a Feijóo le temblaron las rodillas. Bastó la presión de la prensa conservadora –un par de portadas, algunas columnas y homilías radiofónicas– para que Feijóo diera marcha atrás cuando ya estaba todo acordado.
Debe de ser muy duro para un político con tres décadas de carrera descubrir a los 60 años que la prensa no funciona como tú pensabas. Todo era más sencillo en Galicia, donde Feijóo acallaba toda crítica con toneladas de publicidad institucional y el rodillo de la televisión autonómica. Ahora resulta que incluso los medios más afines le critican (también porque Ayuso paga más). Y así Feijóo se tiene que desayunar con humillaciones como escuchar a Jiménez Losantos –en los días en los que negociaba la renovación del CGPJ– presumiendo de que “se le trajo para que no hiciera lo que Casado”. La clave es la primera parte: “Se le trajo”.
A día de hoy, Feijóo sigue siendo, en teoría, la persona que manda en el PP. Eso dicen también los estatutos del partido, que dan al presidente un poder interno apabullante, sin apenas contrapesos. La realidad es un poco distinta: porque no hay poder que no se ejerza sin asumir algún riesgo, y Feijóo en este año y medio ha sido incapaz de cumplir sus dos principales objetivos. No ha alcanzado el poder de La Moncloa y tampoco ha fijado una línea propia. Ni siquiera manda del todo en el PP, donde el ala más dura –en el partido y en los medios de comunicación– le marca el rumbo y le obliga cada poco a rectificar.
Feijóo sabe –porque es evidente– que buena parte de la derrota del 23 de julio se debe precisamente a esa ala dura, que no tiene complejos en pactar con Vox, que torció la mano a María Guardiola en Extremadura y que confunden los barrios más privilegiados de Madrid con el conjunto de España. Esa derecha lenguaraz y desacomplejada del “que te vote Txapote” es en gran medida responsable de la movilización de la izquierda en estas últimas elecciones, que arruinó las expectativas electorales del PP.
Pero al mismo tiempo Feijóo sabe que, sin esa derecha, no podrá resistir al frente del PP. “El gran error de Pablo Casado fue creerse lo que decían los estatutos”, resumía un exministro de Rajoy. Hoy es igual que ayer.
Quien a hierro mata a hierro muere. Y Pablo Casado no salió de la presidencia del PP por la vía estatutaria: cayó por el malestar interno y la presión de los editoriales y portadas de la prensa más cercana, a la que tanto teme Feijóo. Con razón.
Si Sánchez logra la investidura, arreciarán las cuchilladas en el PP. Si no hay en enero una repetición electoral y la legislatura arranca, ¿podrá Feijóo resistir? Hay respuestas para todos los gustos. Pero incluso los que creen que el gallego aguantará, lo argumentan con la ausencia de un relevo sencillo y que agrade a todas las corrientes y familias del partido.
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