CARLOS SOLYAGA DIJO: "cuando todavía se escuchaba el fragor de los antidisturbios en las zonas obreras se atrevió a decir que España era el país de Europa donde uno podía hacerse millonario más rápidamente".
En el Kangaroo, al lado del pabellón de Canadá, por 1.200 pelas te daban medio pollo y una jarra de cerveza que dejaba pequeño a un trofeo Carranza. La basca de los noventa, perfumadita por Armani e Yves Saint Laurent, bien pagada por la manguera de la boyantía económica y valiente hasta la condecoración para darlo todo en las trincheras del amor, recalaba en el pub de los australianos para hacer cierta la frase de la chica de Cocodrilo Dundee: «Ese cocodrilo ha estado a punto de comerme viva». Y Dundee le responde: «No lo culpe. Yo he estado a punto de hacerlo un par de veces...».
Miguel Boyer, el ministro que metió al PSOE de lleno en el liberalismo de la Escuela de Chicago, había estudiado en el Liceo Francés, una institución que durante la Segunda Guerra Mundial había acogido a los franceses que huían de la ocupación alemana y a la que muchas familias madrileñas que buscan una alternativa a la educación franquista mandaron a sus hijos.
Carlos Solchhaga, un economista brillante que había estudiado en el MIT cuando nadie sabía lo que era el MIT, era el sucesor de Boyer y el hombre que cuando todavía se escuchaba el fragor de los antidisturbios en las zonas obreras se atrevió a decir que España era el país de Europa donde uno podía hacerse millonario más rápidamente. Boyer y Solchaga se conocían desde principios de los años setenta, cuando ambos habían trabajado en el servicio de estudios del Banco de España, y eran los interlocutores que el socialismo había elegido para lidiar con las presiones de los clanes empresariales más poderosos del franquismo.
Fue esta beautiful people la que se encargó de crear el imaginario aspiracional de los que habían votado socialismo y aún creían en las doctrinas de Keynes pero al mismo tiempo veían con los ojos como platos Dallas, Dinastía o Falcon Crest, series de televisión que se recreaban en el universo de los millonarios y que venían de los Estados Unidos de Ronald Reagan, donde el liberalismo estaba refundándose en su versión más ultracapitalista.
Los “pijos” de los primeros ochenta recogían los tics conservadores de las clases altas reaccionarias, pero eran jóvenes y aun relativamente inofensivos; la beautiful people, sin embargo, nacía de la intersección del viejo poder con el nuevo y era el instrumento del que se valía el socialismo para apoderarse de un capital simbólico que siempre había pertenecido a otro bando. Esto implicaba también instalarse durante el verano en zonas asociadas desde siempre a las buenas familias “de toda la vida”. Elena Benarroch tenía una casa en Marbella, destino al que iba mucho antes de la llegada del socialismo. Solchaga, por ejemplo, eligió Puerto Cherry (Puerto de Santa María), una zona tradicionalmente ultraconservadora donde aún hoy fondean sus veleros las grandes fortunas bodegueras y ganaderas de Andalucía. Una noche de verano, un señor que no estaba de acuerdo con que un paisano del PSOE (esa banda de rojos) pisase el mismo suelo que él, se dedicó a insultarle durante horas (primero sutilmente y, después de varios cubatas, a voces) desde una mesa cercana. Era Gonzalo de Borbón, el hermano del primo de Juan Carlos I que se casó con una Franco y nunca consiguió reinar.
Tampoco ayudaba mucho a recuperar la fe en la causa obrera que la cultura del pelotazo propiciado por el “liberalismo socialdemócrata” hubiese acabado dando pábulo a un banquero con pinta de tiburón que iba a todas partes engominado como un Gordon Gekko falangista. Mario Conde, un supuesto genio de las finanzas admirador de Margaret Thatcher, había logrado convertirse en una estrella nacional y eso no era un buen síntoma.
Pero luego llegó el otoño, con su melancolía. Y cuando amainó la euforia de los fastos, España tuvo que hacer frente a la que se avecinaba: una recesión económica bestial que arrasaría con el empleo juvenil y que llevaría a Felipe González a hacer lo que no se atrevió tras la huelga de 1988. Poner en marcha los contratos basura para jóvenes. No era un buen momento para que Isabel Preysler saliese en la portada de ¡Hola! junto a la hija que había tenido con el marqués de Griñón, Tamara Falcó, y la que ahora compartía con el antiguo ministro socialista presumiendo de nueva mansión en Puerta de Hierro. Pero así fue, en noviembre.
La casa de los Boyer era casi un palacio real: en sus 1.370 metros cuadrados, entre otros dislates, albergaba trece cuartos de baño, una piscina cubierta, una cancha de tenis privada y una caseta climatizada para el perro que ya le hubiese gustado a Snoopy. El escándalo fue absolutamente mayúsculo y aunque Boyer no era ministro desde 1986, aquel gesto se interpretó como indecoroso, una ruptura definitiva del pacto de no-ostentación. Toda la indignación acumulada por los coqueteos de la izquierda con las ideas de la derecha estalló justo ahí. El PSOE perdió la mayoría absoluta en 1993. Nunca hay que subestimar la fuerza simbólica aniquiladora de un chalet. Pablo Iglesias lo sabe muy bien.
LOS "PIJOS" HAN TENIDO SIEMPRE "LA SARTEN POR EL MANGO, Y EL MANGO TAMBIEN" COMO SE DECÍA EN LA CASTAÑUELA 70
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