MARTÍN VILLA EN PLENO SALUDO FASCISTA FALANGISTA |
Desde la radio de la Policía se lanzó una orden clara: “A por ellos“, había que “desalojar todo lo desalojable”. Tras varias conversaciones entre mandos policiales, que ponen los pelos de punta, se atacó la iglesia, pese a que los mandos desplazados hasta el lugar insistieron en que no había provocación por parte de los manifestantes.
De repente, los allí reunidos empezaron a escuchar disparos provenientes del exterior. Se rompieron los cristales, se lanzaron botes de humo, y la gente empezó a salir corriendo. A la salida de los vitorianos, la policía disparaba sin piedad, a la masa. Los allí congregados empezaron a huir, por la calle Fermín Lasuen, en dirección opuesta al Parque del Norte. Acudieron a refugiarse en los pisos de alrededor. Los vecinos de Zaramaga, la mayoría de ellos trabajadores, abrieron los portales, y dejaron a los concentrados esconderse en armarios, camas y cualquier otro lugar de sus casas.
La Policía no dejó de disparar hasta haber disuelto toda la concentración. Una vez desalojada la Iglesia, decenas de vitorianos quedaron heridos por el fuego de los disparos, mientras que cinco de ellos fueron asesinados. Dos murieron en Zaramaga y otros tres lo hicieron en días posteriores.
La conmoción fue total en la ciudad, que tras el shock inicial se dirigió en masa hasta la Clínica Arana para donar sangre con la que ayudar a los heridos. Desde allí, la mayoría de la gente acudió a sus casas, y en la noche del 3 de marzo la ciudad parecía un auténtico desierto.
Durante esa noche, llegaron a Vitoria nuevos refuerzos policiales de las provincias limítrofes, que intentaron imponer el orden, tras “haber disparado mil tiros y contribuir a la paliza más grande de la historia”. Pero no lograron evitar el multitudinario funeral a los asesinados. Toda la ciudad, sin miedo, se echó a la calle para arropar a los asesinados, quienes fueron llevados a hombros ante fuertes dispositivos de seguridad.
Aquel día, a las 5 de la tarde, la policía perpetró "una masacre" en Vitoria. Así lo narraron ellos mismos: "Te puedes figurar, después de tirar más de mil tiros y romper la iglesia de San Francisco. Te puedes imaginar cómo está la calle y cómo está todo. ¡Muchas gracias, eh! ¡Buen servicio! Dile a Salinas, que hemos contribuido a la paliza más grande de la historia. Aquí ha habido una masacre. Cambio. De acuerdo, de acuerdo. Pero de verdad una masacre".
El 12 de noviembre de 2014, la Interpol solicitó la detención preventiva con fines de extradición de Rodolfo Martín Villa, entonces ministro de Relaciones Sindicales, como responsable de la matanza. En aquella carnicería, mataron a cinco trabajadores en huelga —Pedro María Martínez Ocio (27 años), Francisco Aznar Clemente (17), Romualdo Barroso Chaparro (19), José Castillo García (32), Bienvenido Pereda Moral (30)— e hirieron a más de 150.
Martín Villa no movió un dedo para evitar semejante masacre. No pidió responsabilidades a nadie. Nadie fue investigado. Todo fue impunidad. Ahora ante una juez argentina, en España nadie ha querido saber nada, dice que fue culpa de la policía. Una cobardía más en su larga lista de miserias. Es un falangista fascista y franquista, no se le puede pedir más.
Los que hemos vivido aquello y hemos conocido de viva voz las conversaciones de la policía, sabemos que eran directos colaboradores de la extrema derecha que asesinó a muchos españoles. Los asesinatos del despacho de abogados de Atocha a manos de los ultras contó con armas y ayudas de policías suministradas por policías.
Martín Villa fue un peón más del franquismo asesino que pervivió a Franco. Aquí no bajó un ángel y convirtió en demócratas a los millones de franquistas que habían apoyado la dictadura. Nadie les tocó un pelo y siguieron en sus poltronas y, siguen todavía como Martín Villa.
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