LOS TRES RESPONSABLES DE LOS CRIMENES EN IRAK. T. BLAIR. J. BUSH. Y J. M. AZNAR. CON SUS MENTIRAS SE MONTÓ LA GUERRA ILEGAL CONTRA IRAK QUE HA DESPLAZADO A MILLONES DE PERSONAS Y CAUSADO CIENTOS DE MILES DE MUERTOS. ¡ESTO SON UNOS CRIMINALES!
Ni los soldados ni los inspectores encontraron nunca las armas de destrucción masiva. Algo más de un año después, el experto de la CIA Charles Duelfer acreditó la mentira en un informe de 1.000 páginas presentado en el senado estadounidense. Este inspector no sólo dijo que esas armas no existían sino que Sadam comenzó a destruirlas y entregarlas en 1991 porque su principal objetivo era que levantaran las sanciones que pesaban sobre Irak después de intentar invadir Kuwait.
No está nada claro qué beneficios obtuvo España con su apoyo activo a la invasión de Irak. Las únicas certezas son que Aznar fardó mucho de su amistad con Bush, que embarcó a España en una invasión ilegal en contra de la voluntad de sus conciudadanos y que aquel 'juego' dejó cientos de miles de muertos. Incluyendo, muy probablemente, a las víctimas del 11M
Los misiles comenzaron a llover sobre Bagdad, dando inicio a una guerra que dejó más de 100.000 muertos (algunos elevan la cifra a un millón incluyendo los ocho años siguientes de ocupación) y una devastación de la que sigue sin recuperarse del todo el país árabe 20 años después.
De aquella cumbre en medio del Atlántico quedó una imagen icónica: la del ‘Trío de las Azores’. En ella se aprecia a Bush pasando la mano sobre el hombro a Aznar, a quien un mechón de pelo le cae en la frente, mientras Blair, algo separado, mira a lo lejos. Los periodistas españoles asistentes al evento fuimos tratados con especial deferencia por los organizadores estadounidenses, que nos reservaron los asientos de las primeras filas, como correspondía a los informadores del país que más lealtad exhibía en su apoyo a Washington.
La realidad, sin embargo, era bien distinta. Quien apoyaba a Bush no era España, sino un presidente ambicioso y obstinado que aspiraba a entrar con letras mayúsculas en la historia en contra de la voluntad de la práctica totalidad de sus conciudadanos. El 15 de febrero, un mes antes de la cumbre de las Azores, España había protagonizado la mayor protesta en el mundo contra la guerra: más de dos millones de personas se volcaron en las calles de Madrid y Barcelona contra una aventura bélica que evidentemente obedecía a planes geoestratégicos y económicos de EEUU más que a una contienda legítima para conjurar una amenaza mundial que, sencillamente, no existía. Poco después se difundió un barómetro del CIS, el primero y último de aquellos momentos que incluía una pregunta sobre una eventual intervención en Irak, y un 90,8% de los encuestados manifestaron su oposición a ella. La contestación popular era de tal envergadura que le resultó al Gobierno imposible disfrazar el resultado demoledor de la encuesta, que evidenciaba que el rechazo a la guerra no se circunscribía a la izquierda, sino que abarcaba también a la mayoría de votantes del PP.
Desde comienzos de febrero, Aznar estaba entregado a la tarea de dar un vuelco al estado de ánimo de la opinión pública y convencer a los españoles de que Sadam Husein era un peligro para la humanidad y de que tenía armas de destrucción masiva, como difundía la Casa Blanca desoyendo los informes de la Agencia Internacional de Energía Atómica y las inspecciones sucesivas de la ONU. El 13 de febrero, en una de sus intervenciones más recordadas, con la que pretendía desactivar la protesta convocada para dos días después, Aznar mintió con teatral solemnidad en una entrevista en Antena 3: “Puede usted estar seguro, y pueden estar seguras todas las personas que nos ven, de que les estoy diciendo la verdad: el régimen iraquí tiene armas de destrucción masiva”. Los esfuerzos del presidente resultaban inútiles: una intervención de Irak, más aun con participación española, resultaba indigerible para la inmensa mayoría de los españoles.
El 22 de febrero, en una reunión que mantuvo con Bush en el rancho de este en Crawford (Tejas) para hablar sobre la estrategia de Washington de cara a una ya inevitable intervención, Aznar le pidió al presidente estadounidense apoyo ante el rechazo de la opinión pública en España. Según una información publicada en El País tres años después de aquel encuentro, Bush le contestó que propondría a la ONU una resolución que legitimara la intervención “hecha a la medida de lo que pueda ayudarte”. De nada le sirvió ese gesto al mandatario español: la resolución fue rechazada por tres de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad y no llegó a votarse. El presidente de EEUU ya tenía decidida la guerra con o sin resolución, y a Aznar, que había hecho de su alianza con Bush el pilar para “sacar a España del rincón de la historia” y proyectarse a sí mismo como el nuevo líder europeo, no le quedó más opción que seguir obedientemente el curso de los acontecimientos.
Madrid fue sacudida el 11 de marzo de 2004 por el peor ataque terrorista en la historia de España, que dejó 193 muertos y 2.057 heridos. Como hiciera un año antes con las armas de destrucción masiva de Sadam, el presidente mintió, atribuyendo los atentados a ETA cuando todos los indicios apuntaban ya al terrorismo islámico. El siguiente paso, desde un PP ya en la oposción, fue intentar desvincular el ataque en Madrid del apoyo de España a la invasión de Irak, con el argumento de que la planificación del primero había comenzado en los primeros meses de 2001, es decir, antes de la invasión. Sin embargo, ello no excluye la posibilidad de que la guerra de Irak hubiera dado alas a los planes terroristas. En un audio de abril de 2004, Osama bin Laden explicó el 11M como un “castigo” a España “por Irak y Afganistán”. Por lo demás, la mayoría de los españoles percibió desde el primer momento una conexión entre la guerra de Irak y la masacre en Madrid, y así lo hizo saber tres días después en las elecciones al castigar al partido de Aznar en las urnas.
Estas cosas conviene recordarlas. Los 193 muertos y los dos mil heridos no se olvidaran nunca y sobre el responsable que no es otro que Jose María Aznar caiga toda la culpa.
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