EL GESTO DESAGRADABLE LA DEFINE
Y aquí, en este marasmo de la mentira y el encono, en la rabia gratuita y el odio como norma de actuación política, se mueven en su ambiente, tal como hacen los espeluznantes peces abisales en sus profundidades, personajes de oscuro pelaje y aún más negra conciencia. ¿Qué tal Isabel Díaz Ayuso y el artífice del muñeco hablador, Miguel Ángel Rodríguez? ¿Qué se puede decir de alguien, como la reina del vermú y de quien le escriba sus discursos, seguramente aventajados discípulos del ya citado, capaz de decir en público que “la justicia social [es] un invento de la izquierda para promover el rencor?”. ¡Pero criatura, si hasta varios Papas, esos pontífices a los que ella besa sus caros ropajes, han escrito encíclicas con cientos y cientos de páginas en pro de la justicia social! El Ojo está seguro de que incluso hasta esas echadoras de cartas que ella considera respetables, como la mesiánica evangélica que adorna sus mítines, están por lograr lo mismo, un avenido dúo de adjetivo y sustantivo que a cualquier bien nacido debe placer.
Pero la estrafalaria presidenta no necesita esgrimir argumentos reconocibles por cualquier sistema de inteligencia, incluso la artificial, ahora tan de moda, que seguramente sería incapaz de computar los dislates que salen de sus labios. Basta con que sus eslóganes, como los de las cervezas o los supermercados, lleguen al lugar del cerebro donde anidan las palancas de los sentimientos. Allí no existen verdades ni mentiras, que las buenas gentes del lugar, por hacernos el caritativo, sólo creen en aquello que viene a reconfirmar lo que sus higadillos les han dictado, vaya usted a saber por qué creen más a un loco como Trump, oigan sus tuits y juzguen, que a una racional Hillary Clinton, ahora a Biden, o por qué se fían más de Isabel Díaz Ayuso -¿les recordamos sus innumerables payasadas?- que de un riguroso Ángel Gabilondo entonces, hoy de Mónica García o Juan Lobato.
Opinarán muchos lectores que de nuevo volvemos a dar muestras de un centralismo enfermizo hablando una y otra vez de Madrid, cuando las elecciones se celebran en doce comunidades. Quizá tengan su punto de razón, pero a lo mejor se entiende tanto afán por esta Comunidad cuando nos golpea que sea la más podrida en sus tuétanos desde que allá en 2003 -¡hace ya veinte años, veinte!- un golpe de mano con rasgos de delincuentes profesionales aupara a la presidencia madrileña a Esperanza Aguirre, desde entonces un feudo de la derecha más fanática y neoliberal. Añade la espantosa ministra de Educación y Cultura con Aznar a su brillante currículo el de ser la madrina y santificadora de cuanta basura se ha amontonado en la Puerta del Sol desde 2003. Y eso que el edificio, con acoger las mazmorras policiales del más sanguinario franquismo, traía suficiente carga de indignidad y mugre. Acumula Aguirre más méritos, que bajo su manto protector anidaron y crecieron vigorosos, como jugadores de baloncesto, decenas de randas, cuatreros y salteadores de caminos. Gürtel, Púnica, Lezo, Ciudad de la Justicia o Canal de Isabel II son algunos nombres por los que se conocen sus muchas fechorías. Vicepresidentes y consejeros de sus gobiernos, además de alcaldes amparados por la baronesa han dado con sus huesos en la trena, corruptos hasta las cejas. Y los tribunales, a estas alturas, juzgando a sus colaboradores más íntimos.
Ahí, en esa gusanera, es donde hay que enmarcar la figura de la pintoresca presidenta actual, nacida, amamantada y modelada en la misma granja que sus dilectos antecesores, reos incluidos. Sólo en un terreno así abonado puede nacer calabacín tan aberrante. Otro día hablaremos de sus guerras internas con Feijóo, con Abascal o con el sursuncorda. Quedémonos por hoy en que parece que al respetable le da igual que le roben o le insulten, como ha hecho la derecha desde 2003, e incluso le encuentran el gusto a la desfachatez y el desplante, antes que a la inteligencia o la integridad. Pero no se me desanimen, todavía queda tiempo, que siempre hay oportunidades para hacer las cosas bien, y evitar que vuelva a gobernarnos semejante estrella de la nada, o peor, del más cruel ultraliberalismo, vean la sanidad pública, observen la educación y sus muchos curas, asústense con las residencias de ancianos y sus vergonzantes miserias.