LOS ASESINOS DE IRAK. GEORGE W BUSCH, DIYK CHENEY Y DONAL H RUMSFELD, JUNTO CON JOSE MARÍA AZNAR Y TONY BLAIR.
La guerra de Bush Jr. primero fue justificada como un castigo a Sadam Hussein por haber estado involucrado en los ataques del 11 de septiembre de 2001 (lo cual era mentira), después fue explicado por la necesidad de eliminar el arsenal de armas de destrucción masiva del régimen de Bagdad (que tampoco existían), y finalmente fue presentada como una oportunidad para democratizar Irak (una misión que ha sido un desastre). Lo que sucedió fue que la guerra desató un cataclismo planetario que desequilibró el Medio Oriente y tuvo consecuencias en todo el planeta. Este era el sueño húmedo de un grupo de ideólogos del grupo Project for a New American Century (PNAC) que llegaron al poder con Bush y que no tenían otra obsesión que reconfigurar el orden geopolítico mundial en la era post Unión Soviética. El PNAC ya había revelado en el año 2000 que eliminar a Hussein requeriría de algún evento catastrófico y catalizador como “un nuevo Pearl Harbor”. Meses antes de los ataques del 11 de septiembre, el secretario de Defensa del presidente George Bush, Jr., Donald Rumsfeld, escribió un memorándum sugiriendo la necesidad de una política más agresiva en contra de Sadam Hussein para llevar a cabo un cambio de régimen en Irak y poner a Estados Unidos en una posición más ventajosa en la región. No es un secreto que no había pasado ni una semana de la destrucción del World Trade Center en Manhattan y del ataque contra el Pentágono en 2001 cuando Bush Jr. pidió que se relacionara a Hussein con Osama bin Laden y comenzaran las preparaciones para lanzar una guerra contra Irak. El presidente deseaba terminar lo que su padre no logró en su Guerra del Golfo: eliminar a Hussein y tomar Bagdad. El único problema que tenían Bush y su grupo de neocones era que tenían que convencer a una nación que no veía la necesidad de una nueva guerra. Para eso lanzaron una abrumadora campaña de propaganda bélica y desinformación en la que contaban con la complicidad de los principales periódicos y medios electrónicos. En varias ocasiones, el propio grupo cercano a Bush filtraba información falsa (a menudo con ayuda de exiliados Irakuíes) a los medios, especialmente a The New York Times y The Washington Post, y después miembros del gabinete aparecían en los programas políticos de la televisión a comentar lo que “habían leído”. Los casos más flagrantes fueron cuando el vicepresidente Dick Cheney y la secretaria de Estado Condoleezza Rice repitieron las “revelaciones” que su propio personal había suministrado y habían sido publicadas por Judith Miller y Michael Gordon. De esta forma crearon un auténtico círculo vicioso.
Los asesinos andan sueltos veinte años después.
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